19 de septiembre de 2007

LEONOR (LEYENDA BALEAR)


La honra y el buen nombre de Leonor Desmur, habían quedado en entredicho a causa de la difamación difundida por un joven de notable alcurnia que, no pudiendo sostener con pruebas la veracidad de su infamia o acobardado por la venganza anunciada por los varones allegados de la muchacha, opto por acudir a las interminables guerras que se sucedían en el continente, poniendo a prueba su valentía en defensa de la corona y obteniendo por ello distinciones y favores.

Los años de gloria del joven, fueron de pena y tristeza para la doncella que marcada por la maledicencia, se recluyó entre las cuatro paredes del caserón familiar, languideciendo día a día, hasta que la muerte se apiadó de ella, poniendo fin a su atormentada existencia.

Un atardecer, las campanas de la Iglesia de San Francisco, esparcían sobre la ciudad su fúnebre tañido de difuntos, mientras la galera en la que regresaba el joven, huido años atrás, amarraba cerca de la Lonja.

Impresionado al conocer la noticia de la muerte de Leonor, se transladó a la Iglesia, donde rodeada de flores blancas y alumbrada por la especial claridad de los cirios, reposaba el cadáver de la muchacha, extrañamente hermosa en su palidez, aunque un ligero rictus de amargura se dibujaba en sus labios.

Embargado por el dolor, comprendiendo el mal que había causado, rompe a llorar y cae de rodillas, aferrado al ataúd, pidiendo a gritos perdón. Desde la penumbra de una capilla, un franciscano le llama y obliga a confesar su antiguo pecado, imponiéndole como penitencia, el velar, absolutamente solo, durante toda la noche, el cadáver de la muchacha.

Las puertas del templo han sido cerradas ya y los frailes, terminados sus rezos, se han abandonado al descanso en un apartado lugar del convento. Mientras, el que se distinguiera por su valor en el campo de batalla, tiembla atemorizado bajo la luz de los cirios, ante la fúnebre visión de la mujer, y de cuya muerte se siente ahora, cada vez más responsable.

El dulce olor de la cera, la espectral danza de las sombras reptando por las paredes, la soledad y el silencio, rompe al fin la voluntad del hombre que ladea la cabeza, vencido por el cansancio y el sueño.

Pero es solo por un momento; un roce de sedas, un suave soplo helado le vuelven a la realidad y ante él, erguida, fría, pálida, Leonor le tiende sus manos mientras una horrible mueca distorsiona su rostro.
Horrorizado, salta del banco y huye buscando la salida del templo. Grita, pide ayuda, pero los muros devuelven multiplicados por cien, sus desesperadas voces. Una y otra vez sus puños se estrellan contra el portón de la Iglesia que cuatro cerrojos mantienen totalmente cerrado.

La carrera jadeante del caballero, perseguido por el espectro de Leonor, termina junto al féretro, donde cae fulminado por el horror, a los pies de la doncella. Con las primeras luces del alba, el fraile acude a abrir el templo para la primera misa y es cuando descubre el ensangrentado cadáver del joven.

Junto a él, retorcida y desgarrada, aparece la lengua sobre las losas de piedra. En el ataúd, con el semblante distendido por una serena sonrisa, reposa el cuerpo de la doncella. Unas leves y todavía frescas manchas de sangre, contrastan en la blancura de su mortaja...

2 comentarios :

enrique DICE

Hermosa leyenda, digna de un Bécquer.
Besos

Ana DICE

Bonita y siniestra. Un beso.